Opinion: ¿Se relaciona la economía con Charles Darwin?

Si se les pidiera identificar al padre intelectual de su disciplina, la mayoría de economistas de la actualidad probablemente citaría a Adam Smith. Sin embargo, eso va a cambiar. Los pronósticos de los economistas por lo general no valen mucho, pero ofreceré uno que incluso mis colegas más jóvenes no vivirán para refutar: si planteáramos la misma interrogante dentro de cien años, la mayoría de los economistas citaría en cambio a Charles Darwin.

Darwin, célebre por la teoría de la evolución, era naturalista, no economista, y su opinión de la lucha competitiva difería de la de Smith de forma sutil, pero profunda. Crecientes evidencias sugieren que el punto de vista de Darwin sigue la huella de la realidad económica mucho más de cerca.

Smith es celebrado por su teoría de la “mano invisible”, que sostiene que cuando personas ambiciosas comercian para su propio beneficio en mercados privados sin restricciones, con frecuencia serán guiadas, como por una mano invisible, a producir el mayor bien para todos.

La idea básica de Smith era que los propietarios de negocios que buscan atraer a los clientes de sus rivales tienen incentivos poderosos para introducir diseños de productos mejorados e innovaciones ahorradoras de costos. Estas medidas estimulan a corto plazo las ganancias de los innovadores. Sin embargo, los rivales responden con las mismas innovaciones, y la competencia resultante lleva a los precios y las ganancias a la baja. A final de cuentas, argumentaba Smith, los consumidores cosechan todas las ganancias.

El tema central de la narrativa de Darwin era que la competencia favorece a las características y el comportamiento de acuerdo con la forma en que afectan el éxito individual, no de la especie u otros grupos.

Como en la versión de Smith, los rasgos que mejoran la buena condición física individual a veces promueven los intereses del grupo. Por ejemplo, una mutación para una vista más aguda en los halcones beneficia no sólo a cualquier halcón individual que la posea, sino que también hace que estas aves tengan más probabilidades de prosperar como especie.

En otros casos, sin embargo, las características que ayudan a los individuos son dañinas para grupos más grandes. Por ejemplo, una mutación para astas más grandes sirvió a los intereses reproductivos de un alce macho en particular, porque le ayudó a prevalecer en la lucha con otros machos por el acceso a las hembras. Sin embargo, a medida que proliferó esta mutación, se inició una carrera armamentista que hizo la vida más peligrosa para el alce macho.Los cuernos de los alces pueden tener una envergadura de 1.50 metros, o más, y a pesar de su utilidad en batalla, con frecuencia se convierten en un elemento fatal cuando los depredadores los persiguen en bosques cerrados.

En el marco de Darwin, entonces, la mano invisible de Adam Smith sobrevive como un interesante caso especial. La celebración sin crítica de la mano invisible por parte de los discípulos de Smith, ha socavado los esfuerzos regulatorios para reconciliar los conflictos entre los intereses individuales y colectivos en décadas recientes, causando un daño considerable. La perspicacia de Darwin puede ayudarnos a no tropezar ese camino una vez más.

Las fuerzas de la competencia que modelan el comportamiento empresarial son como las fuerzas de la selección natural que forjaron al alce. En ambos, vemos un ejemplo de conducta socialmente benigna. Sin embargo, en ninguno podemos suponer que los intereses individuales y sociales coincidan.

Vía: prensalibre.com

No hay comentarios: